Cómo taladrar según la fábula de la tortuga y la liebre
Aún recuerdo los iconos que lucía un viejo taladro de dos velocidades de mi abuelo en el conmutador giratorio. Eran estos dibujos los de una tortuga y una liebre: velocidad lenta y velocidad rápida, respectivamente.
Todavía hoy ciertos fabricantes de máquinas recurren a estos pictogramas. Los iconos de la tortuga y la liebre son eficaces comunicadores visuales de la idea de velocidad.
Taladrar sin prisa, pero... ¿sin pausa?
De la carrera que disputan los animales en la fábula de Esopo se pueden extraer enseñanzas útiles sobre cómo taladrar. Eso sí, hay que actualizar el cuento.
No hablaremos ya de hacer la tarea sin prisa pero sin pausa. Sí, hay que taladrar despacio, sin duda. Pero hay que pausar la actividad siempre que haga falta. Así pues, ¿cómo se taladra?
La preparación lo es todo
Lo mismo da si se va a perforar madera, metal, plástico, ladrillo, hormigón o piedra. Es primordial marcar bien la posición de cada taladro. En primer lugar, pues, está la preparación de la tarea.
Sabio es adaptar el viejo dicho del carpintero: marcar dos veces para taladrar solo una. Repetir taladros por haber medido o nivelado mal es un tedio. Y resulta deprimente ver orificios de más en la pieza de trabajo o la pared —que su tiempo tomará reparar—.
La velocidad importa
En segundo lugar, la velocidad importa. Los taladros disponen de un regulador electrónico, y a veces de velocidades mecánicas, no solo para facilitar el atornillado. El propósito de estos órganos también es agilizar la labor.
Escoger la velocidad óptima del giro de la broca es capital al perforar materiales:
- Una marcha muy lenta es insuficiente para perforar la pieza
- Pero el exceso de velocidad quema la broca y también materiales delicados como la madera o el plástico
El ritmo para ganar la carrera debe ser lento pero ¿constante o pausado?
Hemos reservado para el final la cuestión del ritmo de trabajo. ¿Dejamos que al taladro avance a su ritmo? Presionar con impaciencia la carcasa de la herramienta no facilita el asunto. Pero sí podría servir para sobrecalentar el motor eléctrico. ¿No es lo que queremos? ¡Preciso se hace entonces adaptar la fábula!
Si la tarea se prolonga, taladro y broca se calientan en exceso. También se fatigan nuestros brazos. Imaginemos, por ejemplo, que estamos taladrando el techo. ¿Y qué decir de los dolores de cuello?
Capital es saber cuándo parar.
Eso sí, pausar la actividad no significa imitar a la holgazana liebre. Mientras el motor de la herramienta descansa, se puede aprovechar para marcar la posición del resto de taladros. O tal vez resulte posible perforar orificios que no exigen una postura corporal difícil si contamos con un taladro extra.
Moraleja: se taladra sin prisa y se pausa para que el taladro y el cuerpo descansen. ¡Es así como se gana la carrera!